lunes, 11 de noviembre de 2013

Desmontando "Lo que el viento se llevó"





          Estos días se cumplen cien años del nacimiento de Vivien Leigh, la mítica actriz protagonista de la no menos mítica película Lo que el  viento se llevó. En mi modesta opinión, no es ni mucho menos  la mejor película de la historia del cine, hasta me atrevería a asegurar que ni siquiera se encuentra entre las diez más importantes. Sin embargo, no ha dejado de fascinar desde el día de su estreno allá por diciembre de 1.939. Desde entonces permanece en el pedestal de gloria cinematográfica por excelencia, y desde allí esparce su aura de leyenda alcanzado a todos aquellos que se han detenido al menos una vez en su vida a ver este drama amoroso marcado por la guerra de secesión norteamericana. ¿Por qué nos gusta tanto esta película? Para responder a esta pregunta, quizá habría que estudiar su historia, y no me refiero a la que se cuenta en la cinta, sino a cómo se gestó la criatura desde que solo era un proyecto hasta que vio la luz en un cine de Atlanta hace casi setenta y cinco años. En el verano de 1.936, se desata la fiebre literaria y dos fábricas trabajan veinticuatro horas al día imprimiendo ejemplares de la novela de Margaret Mitchell. En septiembre  ya se habían vendido más de 330.000 ejemplares, y uno de ellos fue a parar a las manos del productor David Oliver Selznick, que cayó rendido ante la historia. Sin embargo, las dudas se agolpan en su cabeza: no sabe si podrá comprar los derechos. Pero lo que más le preocupa es encontrar al guionista que sea capaz de resumir las 1.037 páginas de la novela sin dañar la historia, al director capaz de reflejar las pasiones que en ella se relatan y, sobre todo, debía encontrar a los actores capaces de hacer realidad esas pasiones. Toda América idolatra la novela, por eso sabe que la película solo puede ser amada u odiada, así que cualquier fallo o mala elección puede inclinar la balanza en un sentido o en el otro, sin término medio. Selznick era uno de los productores más poderosos de Hollywood, pero su empresa no dependía de sus decisiones, aunque presiona al consejo de administración y logra el visto bueno para la compra de los derechos por 50.000 dólares, que la escritora acepta. Todas las grandes productoras se mantuvieron al margen del proyecto, con lo cual, estamos hablando de cine independiente. Así fue como empezó la gran aventura de Selznick, seguramente la mayor de su carrera. Desde el principio tuvo claro que el protagonista debía ser Clark Gable, y que el director solo podía ser su compadre George Cukor, gran director de actrices que no tenía rival. En cuanto al guionista, se debatió entre los dos únicos que consideraba a la altura: Ben Hecht y Sidney Howard, optando por el último. Sin embargo, ni productor ni guionista conseguían ponerse de acuerdo a la hora de hacer recortes y eliminar aquellas partes de la historia consideradas prescindibles, debido a la diferencia de criterios. Y este era solo uno de los problemas; otro muy grave fue que Gable se negó a ser el protagonista. Al actor le horrorizaba decepcionar a todos los millones de personas que ya se habían formado su propia imagen de Rhett Butler. Solo consiguió convencerlo cuando le ofreció pagarle una prima de 50.000 dólares que Gable necesitaba para pagar el divorcio y poder casarse con su amada Carole Lombard. Después estaba el departamento de vestuario -había que crear 5.500 trajes-, exteriores, decorados... hasta hacer que el presupuesto ascendiera hasta 2.500.000 dólares, cantidad que el productor tenía previsto invertir en todos los títulos que su empresa rodaría ese año. Y por último, quedaba otro problema que Selznick no consideraba demasiado importante, ¿quién sería Escarlata? Durante 1.938 fueron entrevistadas 1.400 intérpretes y 400 llegaron a ponerse delante de una cámara. Paulette Goddar fue una de ellas y estuvo muy cerca de ser la elegida. Otra de las favoritas fue Bette Davis, pero ya estaba comprometida y había iniciado el rodaje de Jezabel, película también de tintes sureños. También se pensó en Katharine Hepburm, pero no se la consideraba lo bastante sexi, aunque de todas formas fue requerida para hacerle una prueba. Sin embargo, la temperamental actriz se negó alegando que a una actriz consagrada no se le hacen pruebas y que la llamaran solo para darle el papel. Otras actrices que pasaron por los estudios fueron Joan Fontaine, Claudette Colbert, Lana Turner o Joan Craufor, pero Escarlata seguía sin aparecer. No hubo problemas para elegir al resto del reparto y en seguida se decidió que Leslie Howard sería Aslhey. El actor británico odiaba el personaje, y solo la promesa de Selznick permitiéndole participar en la producción de intermezzo, logró convencerle. Para el personaje de Melania se intentó hacer una prueba a Joan Fontaine, pero la actriz dijo que le dieran el papel a la tonta de su hermana, y efectivamente, la contratada fue Olivia de Havillad. Así comenzó la gran rivalidad entre las dos hermanas, que han vivido siempre enfrentadas y cuyo distanciamiento llega hasta nuestros días. Se dice que si aún viven, es porque ninguna de las dos quiere ser la primera en morirse. Llegó la fecha de iniciar el rodaje y aún no se había decidido quién interpretaría a Escarlata. Selznick estaba desesperado y se decidió a rodar la escena del incendio. Mucha gente de los alrededores creyó que el fuego era auténtico y llamó a los bomberos, provocando que todo se complicara, y allí, en medio de aquel caos, apareció Myron, el hermano de Selznick con una pareja de actores recién llegados de Inglaterra. La belleza de Vivien Leigh resplandecía  a la luz de las llamas y así comenzó la leyenda. Su elección fue la más acertada, la mejor baza del productor, el pilar sobre el que se asentó el proyecto que iniciara aquel verano de 1.936, cuando decidió llevar a la pantalla la novela de Margaret Mitchell. Esto me lleva a creer que solo Selznick podía ser el productor, y que fueron sus decisiones inteligentes y acertadas las que lograron que Lo que el viento se llevó sea la película con más éxito de la historia del cine... aunque todo se puede mejorar. A mí, para empezar, no me gusta el título, que lo encuentro demasiado ñoño. Yo la habría titulado solamente Escarlata. Y sí, Vivien Leigh embrujó la cámara de Cukor, pero gracias a ese embrujo, pudo ocultar muchos errores de interpretación: demasiado expresiva en ocasiones, muy fría en otras, primeros planos donde sus gestos de niña mimosa no convencen en absoluto... El final de la película tampoco me gusta. Esa última escena de los dos, -Rhett, si te vas, ¿adónde iré yo? ¿Qué podré hacer? -Francamente, querida, eso no me importa. Puaf, un diálogo demasiado vulgar para una película épica. La realidad es que después de tantos años sigue despertando pasiones y jamás será indiferente a ninguna generación. El sacrificio que supuso para muchos de los que participaron en este proyecto no fue en vano. Sus vidas ya no volvieron a ser las mismas, en especial la de Vivien Leigh, que a pesar de haber llevado a cabo magníficas interpretaciones en otras películas, siempre se vieron ensombrecidas por su papel de Escarlata. Por otra parte, los celos profesionales de su marido Laurence Olivier, la hicieron muy desgraciada y acabaron con su matrimonio. Solo tenía cincuenta y tres años cuando murió. Escarlata sí supo enfrentarse a su destino, pero a Vivien Leigh se la llevó el viento.  

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