jueves, 5 de diciembre de 2013

Otra forma de ver




      Una vez leí en alguna parte que hay que aprender a mirar con el corazón, pues lo esencial es invisible a los ojos. Cuando la tarde cae sobre ti, después de atravesar más de la mitad del día, tus sentidos parecen haberse impregnado durante el trayecto de la luz recibida, y ahora, en este periodo, se muestran relucientes y en todo su potencial antes de que el sol se ponga y comiencen a perder su esplendor. Yo he perseguido, unas veces con más éxito que otras, esa luz que alimentara mis sentidos porque era la única forma de ver con el corazón y, quizá por ese motivo, soy capaz de reconocer a un ángel cuando lo tengo delante. Mi carne está perdiendo su firmeza y los huesos comienzan a dolerme, pero ningún ángel se me escapa. La primera vez que me topé de frente con uno, debo confesar que no le vi porque aún me faltaba entrenamiento y le miré solo con los ojos; es más, su presencia me incomodó. Pero después de que nuestras miradas se cruzaran, y a medida que pasaron los minutos, aquel ser preso en un cuerpo deforme hasta sobrecoger, poseía una fuerza increíble, capaz de atraerme y atraparme para siempre en su campo magnético. Fue entonces cuando entendí que estaba ante alguien extraordinario, capaz de inspirar los sentimientos más extraordinarios: amor, generosidad, paz, satisfacción, alegría... Eso es un ángel, ¿no? Por ese motivo sus padres le han dedicado la vida entera, y me decían que ha sido una buena vida. En estos tiempos, y gracias a los avances de la ciencia y la técnica, los ángeles son detectados ya desde antes de nacer, y muchos de ellos, eliminados. Elegimos a nuestra pareja, a los amigos, lo que queremos ser en la vida y, al parecer, también a los hijos. Pero... ¡cuidado!, los ángeles no se eligen: ellos te eligen a ti. Por tanto, si les das la espalda, es posible que estés rechazando a los guardianes del paraíso.


                                                Guarda en tus manos
                                                lo que hoy te ofrece el aire,
                                                esta tibieza

                                                que ha de arder mañana
                                                cuando amanece el miedo.

                                                                                                           A. Campos Pámpano